De las capitales culturales a las capitales de la cultura. Apuntes sobre una construcción global de la ciudad cultural

Por: Perla Massó Soler

La insoslayable polisemia de la noción de capital cultural nos conduce a una urdimbre donde convergen no solo la naturaleza económica de determinados fenómenos del ámbito cultural (gestión, preservación del patrimonio, circulación de objetos de arte) y la interacción entre mecanismos de reproducción social y estructuras culturales, sino también procesos de marketing territorial donde la cultura vertebra estrategias disímiles de renovación urbana.

Sabemos que en la realidad empírica estas significaciones, a veces concomitantes y/o complementarias, se solapan y nos obligan a pensar las ciudades – condensación de símbolos y signos – desde las relaciones subyacentes entre el capital cultural objetivado, el capital simbólico y sus diversas expresiones en la espacialidad.

Nos referiremos aquí a aquella acepción del/la capital cultural que da cuenta de una transformación mayor en la relación de la ciudad y la cultura, y cuyas coordenadas evolutivas van de las clásicas “capitales culturales” a las novísimas e itinerantes “capitales de la cultura”. Es decir, de grandes espacios urbanos de centralidad y poder estructurador en determinados campos de la producción simbólica -Londres, Roma, Nueva York, París- a pequeñas y medianas ciudades, sin una especial concentración de bienes y servicios culturales y mucho menos conocidas: Guimarães (2012), Umea (2014), Mons (2015), Matera (2019). 

Figura 1. Promoción de la capital cultural. Autora: Perla Massó, Mons, 2021.

Aunque este conceptual turn se focaliza en las dos últimas décadas del presente siglo, el origen del fenómeno data de 1985 con la emergencia de la denominación Capital Europea de la Cultura (CEC), pionera de un modelo de gobernanza y de un tipo de racionalidad que asume la cultura como recurso de desarrollo urbano. Se configura, entonces, un marco epistémico donde “lo cultural” adquiere relevancia: en la economía simbólica, en las acciones paradiplomáticas y en la consolidación de identidades regionales. 

Desde sus inicios, CEC se ha consolidado como un catalizador de la imagen de las ciudades, al menos en tres dimensiones fundamentales: 1) revitalización de infraestructuras y construcción de nuevos equipamientos 2) dinamización -sin precedentes en su alcance y envergadura- de la oferta cultural 3) marketing urbano, focalizado en la acción de los medios de comunicación como dispositivos de posicionamiento. 

Las capitales culturales devienen, también, espacios de conflictos, negociaciones y consensos entre las distintas tipologías de actores que operan en el territorio y sus narrativas de la capitalidad. Estas construcciones discursivas pueden vehicular imaginarios instituidos, socialmente aceptados y anclados en la identidades colectivas o, por el contrario, inscribirse en procesos instituyentes de nuevas imágenes y significaciones asociadas a la ciudad.

La impronta del modelo de CEC, así como sus potencialidades para promover la innovación urbana y la diseminación de “buenas prácticas,” se verifica en la configuración de lo que podríamos denominar una “Europa productora de capitalidades”. Una sucinta taxonomía de iniciativas análogas, incluye necesariamente la Capital Verde Europea (2008), la Capital Europea de la Juventud (2009) y la Capital Europea de la Innovación (2013), entre otros títulos y distinciones del complejo sistema de trofeos de la gobernanza urbana.

La construcción “capital de” remite a fenómenos de una temporalidad concreta que se inscriben en un marco más amplio de identidades competitivas en un contexto de globalización. La denominación permite a las ciudades maximizar -en ese marco temporal- su visibilidad internacional y, por consiguiente, atraer más inversores, consumidores, turistas, etc. No obstante, la naturaleza de los procesos socioeconómicos que inducen estas capitalidades, junto a las estrategias del poder local, producen efectos y consecuencias que pueden ser de corto, mediano y/o largo plazo. En el caso de las capitales de la cultura normalmente persiste un legado material, una arquitectura icónica que prolifera en los nuevos museos, complejos culturales, estaciones ferroviarias, tiers lieux, a manera de demostración tangible de que la ciudad evoluciona hacia una versión más “innovadora y creativa.”

Figura 2. Guimaraes, CEC, 10 años después. Autor: Perla Massó. Diciembre, 2022.

Tras una primera oleada internacional de capitales de la cultura (Capital Iberoamericana de la Cultura, 1991; Capital Árabe de la Cultura, 1996; Capital Americana de la Cultura, 1998), a partir del año 2000 asistimos a un boom de las capitales culturales: Capital Cultural del Mundo Islámico (2005), ASEAN City of Culture (2010), la trilateral -Japón, China, Corea del Sur- Capital Cultural del Este Asiático (2013) y la Capital Africana de la Cultura (2018). Además, es importante mencionar la creación de un Buró Internacional de Capitales Culturales (Barcelona, 1998) y del Institute of Cultural Capital (Liverpool, 2010).

La expansión de este modelo de “capitales de la cultura” en América Latina, Asia y, más recientemente, en África, da cuenta de la capacidad de los regímenes contemporáneos de la gobernanza urbana global -al igual que los regímenes anteriores del desarrollismo- de colonizar las prácticas de gobernanza y las políticas culturales dentro de los confines del discurso hegemónico sobre la creatividad y la innovación en las ciudades. La cultura es para la neomodernización transnacional lo que la urbanización para los procesos modernizadores centrados en el Estado-nación e inspirados en las teorías del desarrollo.

La certificación de la calidad cultural de una ciudad, otorgada por organismos internacionales, se convierte en un dispositivo de confirmación y credibilidad. Estas denominaciones permiten a la Unión Europea, la UNESCO o la Capital Americana de la Cultura orientar las políticas culturales que se llevan a cabo localmente sin interferir de manera directa en la toma de decisiones de los actores urbanos (expedientes de candidatura, indicadores, parámetros).

En este sentido, la cultura no sólo se convierte en el “negocio” de las ciudades, sino que se consolida como una poderosa herramienta en la modelación de identidad(es) y alteridad(es). Las “capitales de la cultura” son construcciones ideológicas que comprenden contenidos profundamente políticos, alineados a los imaginarios urbanos globales.

En ese proceso de banalización de lo viejo y de auge del imaginario-discurso neomodernizador, cabría preguntarse: ¿cuál es el espacio de la historia de larga duración, de los imaginarios territoriales, de los discursos subalternos, de la cultura entendida no como práctica artística o actividad económica sino como universo significante? ¿Qué es la ciudad y la cultura en las capitales culturales?


Perla Massó Soler, graduada de Periodismo (Universidad de Oriente, Cuba) y máster en Ciencias Políticas (Université Catholique de Louvain, Bélgica), es doctoranda del programa Societat i Cultura de la Universidad de Barcelona. Ajena a toda parcelarización del saber. Su trabajo se focaliza en imaginarios urbanos, discursos y capitales culturales.

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